La parte
de los críticos.
Roland
Barthes escribió que la ruptura principal de la literatura del siglo veinte,
había estado basada, desde Proust y Joyce, en la aparición de una
metaliteratura como tema literario, o si se quiere, en el hecho que el escritor
escriba su propia crítica de, y en la misma obra que está escribiendo. Desde
cierto momento de la historia, literatura y crítica vienen de la mano, llevando
el arte literario al extremo. Extremo es una buena palabra para hablar de
Bolaño, para pensarlo como parte fundamental de una literatura de los extremos,
una vanguardia literaria que se sostiene por sí misma, aunque viene acompañada,
al menos entre los hispano parlantes, de escritores como Rodrigo Fresán, Cesar
Aira, Enrique Vila Matas, y que quizá provenga de una línea directa con
Morelli, el escritor casi oculto que hay detrás de “Rayuela” de
Cortázar.
En la
novela de Bolaño “Los detectives salvajes”, la anécdota central, la
búsqueda de Cesárea Tinajero, es sin duda un tema fundamental en toda su obra.
La búsqueda de Cesárea Tinajero es la búsqueda de la poesía, y es la puesta en
escena de lo que está haciendo el escritor con su libro, con su concepción de
literatura. En “2666”, Bolaño redobla la apuesta, en esta novela
monumental, dónde los personajes principales de esta primera parte del libro
son cuatro críticos en busca de un escritor que parece esconderse del mundo.
Literatura que escribe sobre literatura, claro. Congresos, ensayos, viajes en
avión a Madrid, a Inglaterra, a Italia, amores, lecturas, camarillas literarias
en pie de guerra, llamadas telefónicas, concursos, premios y más congresos
sobre la obra del escritor desconocido. Los críticos, Liz Norton, Pelletier,
Espinoza y Morini, van y vienen por Europa, en busca del extraño Benno von
Archimboldi, autor de una obra propicia para el premio Nobel, quien se vuelve
una obsesión para ellos, quienes, siguiendo al autor van a parar a un pueblo
perdido de Méjico, Santa Teresa, seudónimo probable de Ciudad Juaréz, donde los
asesinatos de mujeres van a la orden del día.
Benno von
Archimboldi es contado de manera esquiva, anecdótica, por momentos uno empieza
a pensar que no existe, que es una broma de Bolaño. Apenas si se conocen
algunas señas particulares: es alemán, es alto, es rubio, en sus ojos parece
habitar el infierno, usa chaqueta de cuero. O alguna anécdota sobre una breve
charla de gauchos a caballo con una señora argentina. Hay cierta estructura que
Bolaño manejará en toda la novela, y que podríamos llamar narración trenzada,
es decir, tres o cuatro historias escritas de manera paralela en párrafos
diferentes, seguidos uno de otros en un movimiento de rotación perfecto. Así
por ejemplo, Pelletier lee y relee a Archimboldi en el hotel de Santa Teresa,
Espinoza se enamora de una mujer mejicana, Liz Norton sueña con su infancia
mientras huye de Méjico, y Morini, cada vez más enfermo, parece diluirse en su
propia mala salud. También aparece el profesor Amalfitano, de quien se seguirá
su historia en la siguiente parte (esta palabra no es sinónima, en esta obra,
de capítulo), pero que remarca la referencia a los ámbitos literarios,
cierta impostura, el contraste irreverente del clima académico contra una
realidad hostil.
La
historia es abierta, como sin duda uno espera siempre de Bolaño, pero si hay
algo que a uno le queda en limpio, como idea fundante o como principio
literario a rajatabla, sin duda es la posibilidad de llevar el arte al extremo,
como hace uno de los miles de personajes que aparecerán a lo largo de la
novela, Edwin Johns, cortando la propia mano con la que crea, la suya propia,
su mano que pinta, que es la que, ya muerta, se expone como obra.
Yo me
quedo con ésta idea de Edwin Johns, la idea de los extremos. En "2666"
la literatura juega a que busca a la literatura, tal como en la novela “Los
detectives salvajes”, dónde dos poetas van tras el rastro lívido de Cesárea
Tinajero, y de esta búsqueda descarnada de la literatura desde dentro, en las
dos novelas, pareciera llegarse al límite, a un lugar de frontera, a un
desierto abismal que yace sembrado de cadáveres de mujeres asesinadas.
La
novela, según leemos en un breve prólogo, debería haber salido en cinco partes,
separadas y autónomas. Yo no sé si los herederos de Bolaño y sus editores
hicieron bien en contradecir la última voluntad literaria del autor. En
realidad, hubiese sido una aventura más que interesante leerlas por separado,
quizá en desorden. La totalidad que plantea un libro de casi mil doscientas
páginas, el macizo ladrillo de papel que uno va leyendo lentamente, nos deja la
idea de que algo debería ir cerrando, cosa que es imposible que suceda porque
Bolaño centra su crítica literaria, dentro de su escrito, en la historia que es
miles de historias, en la lectura (y en la escritura) como hecho multiforme,
azaroso, no lineal, quizá arbóreo. Justamente, el rastreo de datos, como el
nombre de la novela, y algunos personajes y sobre todo lugares dónde sucede “2666”,
se tienen que buscar en el resto de su obra, lo que nos deja pensando que cada
libro de Bolaño constituye una parte de un rompecabezas viejo, olvidado en un
baúl, del cual se han perdido muchas piezas, o mejor dicho, se han desechado
para que el que lo mire terminado se tenga que poner a inventar las partes que
faltan.
Roberto
Bolaño. "2666", Anagrama, Barcelona, 2004