Son las
cuatro de la nada en esta noche lúcida y también las doce de la pena mientras
mariposas se convierten en gusanos y suenan las nueve del mediodía en el perfil
de un óleo ya sin marcos ni cercos ni relojes que den las seis cincuenta y
cuatro en punto.
Esa mujer es
una delicia, dije, mientras la imaginaba dormida dentro de mi boca o nadando
plácida entre las costas jugosas de mi paladar, o mirando pensativa un
horizonte formado por mis propias muelas, es una delicia, pensaba, mientras
ella me decía definitivamente que no.
Ando por la
curvatura de tu lenguaje, de tus signos rebeldes que cierran sus puertas y
anidan este nudo en mis pupilas ciegas. Sos la luna perdiendo peso, sos el
breve resto de una lengua muerta.
Te confundo
con el amor, mujer, que iluminas todo camino posible con la sombra de tu
sonrisa: sos la primavera o la noche estrellada o tu piel suave o lo más parecido al dios de los creyentes.