lunes, 30 de septiembre de 2013

Paisajes (III)

Son las cuatro de la nada en esta noche lúcida y también las doce de la pena mientras mariposas se convierten en gusanos y suenan las nueve del mediodía en el perfil de un óleo ya sin marcos ni cercos ni relojes que den las seis cincuenta y cuatro en punto.
 
 
 
Esa mujer es una delicia, dije, mientras la imaginaba dormida dentro de mi boca o nadando plácida entre las costas jugosas de mi paladar, o mirando pensativa un horizonte formado por mis propias muelas, es una delicia, pensaba, mientras ella me decía definitivamente que no.

 
Ando por la curvatura de tu lenguaje, de tus signos rebeldes que cierran sus puertas y anidan este nudo en mis pupilas ciegas. Sos la luna perdiendo peso, sos el breve resto de una lengua muerta.
 
 
 
Te confundo con el amor, mujer, que iluminas todo camino posible con la sombra de tu sonrisa: sos la primavera o la noche estrellada o tu piel suave o lo más parecido al dios de los creyentes.

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