viernes, 20 de junio de 2014

Notas sobre "El juguete rabioso" de Roberto Arlt

Si se puede hablar de algún canon literario argentino, de obras inevitables, esenciales, Roberto Arlt aparece sin dudarlo entre el cúmulo no muy grande de esos autores posibles. Pero la idea del "canon" tiene sus problemas: no hay nada objetivo que lo constituya. Quizá se puedan medir los efectos históricos que una obra genere, la filiación que provoque en otros escritores, en sus lectores, en la conciencia colectiva. Pero la sola idea de canon se diluye si se la relaciona con el tiempo. ¿En mil años, leeremos a Roberto Arlt? ¿Estará "El juguete rabioso" disponible en las bibliotecas de ese futuro inconcebible? ¿Estará Borges ahí? ¿El Quijote? ¿Homero? Como mínimo, al pensar la fuerza de un autor para hacerse caminos a lo largo de la historia, el tiempo debería ser una consideración que no puede quedar afuera. Quizá los clásicos tengan esa característica esencial: sobrevivir al tiempo. Y claro, ser maravillosos. 

"El juguete rabioso", primer novela de Roberto Arlt, quizá tenga alguna de estas características: a la hora de pensar "lo nacional", sus personajes nos parecen fundamentales para leer las oscuridades de la época, su conformación social, los conflictos que la cruzaron y aún lo hacen. Silvio Astier no es nadie, y lo sabe y lo sufre. Quizá Jean Paul Sartre haya hojeado esta novelita antes de escribir "El Ser y la Nada". 

"Pero esta vida mediocre... Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. (...) Sin embargo, algún día moriré, y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto... muerto para toda la vida"

 

Rasgos de un existencialismo previo a su tiempo, una época quebrada en partes desiguales y sin rumbo, al acecho de otra guerra mundial que no tardaría en llegar. El pibe de barrio, el ratero existencialista, ladrón de libros, la poesía inseparable del hecho de estar vivo:

"Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas"

 

Supongamos que un autor canónico nos deje pistas con las cuales la literatura actual se sustenta: Silvio Astier da su primer golpe robando una biblioteca. Los libros caen en su bolsa, previamente seleccionados a gusto, en un gesto que anticipa de muchas maneras a la búsqueda de los personajes de "Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño:

 

"Busco un poema que no encuentro, el poema de un cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores"


La novela tiene sus falencias, la forma quizá, no sea técnicamente perfecta: posee cuatro capítulos que quizá funcionarían perfectamente como cuentos separados. En el ultimo capítulo se ve al autor tratando de entretejer un poco la cosa, en alguna breve charla con un personaje perdido en el primer capítulo. Nada de esto desmerece una sola de sus páginas. Las descripciones de Buenos Aires, sus personajes, el crisol de razas en pleno hervor, las miserias humanas, exaltadas hasta el paroxismo, conforman algunas de las líneas que iran definiendo toda su obra.

"El juguete rabioso" irradia, en muchos aspectos, el nudo de su problemática al resto de los escritores argentinos. Quizá no pueda pensarse en David Viñas, los hermanos Tuñón, o a Juan Gelman, sin Arlt. Quizá tampoco a Borges, su opuesto en muchos sentidos.

"El juguete rabioso" es la preparación, la base en la que funda su novelística: "Los siete Locos" y "Los lanzallamas" hunden sus raíces en las oscuridades desgarradoras de la época, personificadas en Silvio Astier, quien quizá fue el primero que buscó, mucho antes que Ulises Lima y Arturo Belano, en los desiertos de su época, en las fronteras de lo real, a Cesárea Tinajero.

Supongamos una biblioteca en mil años: yo no sé si Roberto Arlt aparecerá entre los títulos que ahí se exhiban, pero su posible ausencia sería un hecho sin duda lamentable para los lectores del año 3014.

sábado, 14 de junio de 2014

Literatura Patagónica: Sur Realismo, de Mauro "Calaverita" Mateos.

La literatura patagónica tiene una característica extraña: deambula en los contornos, quiere safar del lazo con la cabeza de Goliat, pretende instituir un corpus diferente a los canónicos centralismos porteños. Se puede pensar que hay una vuelta a las batallas entre unitarios y federales, o que estas en verdad, no terminaron nunca, como se dice, con la traición de Urquiza en Caseros.

Los caudillos federales siguen vivos, de muchas maneras. El dualismo acuñado por Sarmiento y bellamente defenestrado como zoncera por Arturo Jauretche, no dejó nunca de ser un parámetro para medir los fervores políticos/poéticos argentinos. Sin ir mas lejos, las antagonías actuales se han generado a causa de un flaco que vino del sur profundo, desgarbado y discutidor, y la cosa reavivó el fuego. Es claro que me refiero a Néstor Kirchner, les guste o no.

Literatura y política, poética, realismo y surrealismo, este gaucho vuelve a su rancho lisérgico en cada texto. El histeriqueo que enlaza el contorno, el borde del mundo con sus centros. El Aleph de Borges, en cada gota de lluvia. La mitificación de algunos lugares perdidos, justamente para que no se pierdan: un columpio viejo en el barrio Estación que es La Muerte, una casita en la aldea Epulef donde existe la arquitectura del universo, o los mapas que forman las arrugas en las caras de algún viejo.

Combinemos con esta especie de rescate y versificación de las particularidades de la ciudad de Esquel, a la calentura sexual que sostiene el universo del libro (y también, al universo a secas) junto con esa esfumada realidad del que sueña o es soñado, ese que es uno y múltiple, nunca se sabe. 

Aprontes dolinescos, exaltación de la soledad como espacio vital, juegos girondeanos de palabras, cabroneadas futbolísticas de potrero lleno de piedras, se oponen y complementan a la pérdida de la infancia y a la antelación de la ancianidad que como en un juego de opuestos se cierran sobre sí mismos.

El fragmento, el texto corto, punzante, como vomitado al papel: Charles Bukowski se masturbaría feliz con alguno de estos textos, donde el marco general pareciera construido sobre una de las películas de Ed Wood.

A todo esto hay un coro de niños y astronautas con un vals, es decir: hay una lógica tanguera en Sur Realismo, donde Borges y Perón se reconcilian bailando borrachos y drogados, donde se silban tangos de Gardel y uno vuelve a la oposición unitarios/federales.

La literatura patagónica deambula en los contornos: Jorge Spíndola, el "Mochi" Leite, Laureano Huaiquilaf, saben bien esto, como también lo saben Sam Shepard o Jim Jarmush, por allá en sus contornos propios.

Pero una vez terminado el libro me aparece la idea de reconciliación: la literatura patagónica deambulando, sí, pero como un universo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ningún lado.

 

* Sur Realismo, Almacén de mambos generales, de Mauro Mateos, fue editado por Remitente Patagonia en 2013, y tiene prólogo de Jorge Oriola.