domingo, 28 de septiembre de 2014

Literatura Patagónica: no eras Darwin ni Odiseo, pero por ahí anda la cosa.

Notas sobre "No eras un viajero inglés" de Raúl Mansilla.


La literatura tiene pocos temas: el amor, la muerte, la guerra, los viajes. Quizá en estos cuatro ítems se resuma un noventa por ciento de todo lo escrito. Esto no quiere decir que por eso nos ponemos repetitivos, y andamos por ahí haciendo variaciones modernas de La Odisea o del Quijote. Aunque de pronto se me ocurre que quizá sí, y en eso consiste todo lo que se escribe: variaciones sobre un tema de Homero.


No es para reducir al absurdo las posibilidades literarias y creativas de un autor, pero todos entramos en algún esquema que nos precede, del cual eslabonamos en la cadena (si querer que suene pomposamente) de la literatura y su historia. Escribir sobre un viaje y no saber sobre las andanzas de Odiseo es un poco como hacer una casa sin cimientos.


Busco, siempre, en lo que leo, esos cimientos que tiene un autor para montar su "tema y variaciones sobre Homero". Y cuando esas raíces están ahí, presentes, el libro se deja leer, se lo lleva a uno en ese viaje misterioso que también es la lectura.


Tuve el gusto de conocer a Raúl Mansilla brevemente, en el encuentro que se realizó hace un par de semanas, llamado "Esquel Literario", que se hace todos los años en esta ciudad. Leímos algunos poemas en la misma mesa, con Esteban Pickewicz, lo cual fue un gran placer para mí. Raúl tuvo la deferencia de regalarme el libro, que leí ávidamente un par de veces. Será cosa e' mandinga, puesto que muchos libros apenas si se dejan leer una sola vez.


Es interesante pensar la literatura desde un ángulo geográfico: la Patagonia y sus parámetros de tierra infinita abren un espacio literario particular, un poco inabarcable y difuso. Pareciera que las características de estas letras son las mismas que la caracterizan en el territorio: las rutas, los viajes, los espacios "vacíos", las distancias, la aparente repetición del paisaje, la omnipresencia del viento, la vaga idea de un territorio ávido por quién le de sentido:


"repetir la cuarenta
como si fuera la raíz cuadrada de las rutas"



El territorio con su historia a cuestas y la poesía que lo llena de sentido, se llevan casi de la mano, se conforman uno sobre otro:


"Y hubo barcos que partieron
y puertos de maderos nuevos, ceremonias,
y lugares conquistables
y mujeres que de espaldas a la fiesta,
fumaban y bebían"



La soledad, los lugares inhospitalarios, la ruta como una cama, la ruta como una hoja en blanco, el espacio a simbolizar para darle un sentido a la cosa, la búsqueda del sentido mismo:


"No era tan blanca la hoja estaba llena de situaciones que había que unir con un hilo soga o loros, ballenas, petacas, semiconductores, choferes de larga y corta distancia y después la fila india de los pueblos originarios mirando hacia el suelo las cientos de torres gemelas y después el largo recorrido de puentes por el sistema nervioso y luego la abstención y el medico de cabecera y el psicólogo de cabecera y tu nuevo futuro de cabecera y la concha de la lora"


No puedo dejar pasar que, en la Patagonia, uno debe leer a los poetas pensando, en general, en referencias poéticas como Jorge Spíndola, y sobre todo en este libro al cual nos estamos refiriendo. Imágenes que hacen saltar el entramado de afinidades entre escritores locales, sus puntos de apoyo, sus guiños interpretativos, sus proximidades:


"Susie Q, las gomas ardiendo, noticias del fuego,
piquetes & women sobre el humo nocturno,
cielo rojinegro."



Llenar de sentido, como hecho fundacional de toda poesía, además de la búsqueda de ese sentido mismo, que va y viene, no puede fijarse, y descubrir que ese movimiento, ese deslizarse, sea lo poético en sí.


No eras un viajero inglés, no eras un viajero griego, de allá, del fondo de los siglos, pero sabías que ellos pre existieron y marcaron el territorio real, y el territorio de la escritura universal. El libro tiende sus raíces, se deja leer varias veces justamente por esa cualidad: estar aferrado a la historia, transpolar el espacio patagónico a la pretensión, creo, de toda poética, de ser universal.




Raúl Mansilla, "No eras un viajero inglés", 1ed, Neuquén, Edit Del Genpin 2012. (en Libros Celebrios, 2004)





miércoles, 17 de septiembre de 2014

Los clásicos y algunas ideas sobre James Joyce.

Uno en general nunca sabe bien, desde qué lugar de referencia va conociendo a algunos autores ni por qué se le ocurre que tiene que leerlos, pero así me fue pasando, entre otros, con Joyce. Antes de leer cualquier canon, antes de tener alguna idea sobre lo que puede ser el "legado de la literatura universal", uno se encuentra con estos escritores, se cruza con estos libros fundamentales, y no puede escaparse de ellos. Quizá debería decir "no debe", pero el deber pasa por otro lado a la hora de la lectura literaria. Sobre todo si la finalidad del lector es a la vez, la de convertirse en escritor.

¿Como decirlo sin que suene demasiado mal? Borges me ayuda un poco con esto: "Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que lee". Por ahí vamos y avanzamos: hoy no podemos componer la novena sinfonía de Beethoven, muchachos, y menos aún si no se detuvieron a escucharla. En todo caso, es claro que se puede componer esa sinfonía, vender muchos discos, y a otra cosa. Pero el desanudarse concienzudamente de la Historia no lleva mas que a ser pasto del olvido en muy breves plazos, no lleva más que a generar más mercancías en un mundo que necesita más obras de arte.

A qué me refiero con esto, sino a la pregunta, que hice en algún otro texto, de pensar en el año tres mil, preguntando si Salinger, o mejor, Roberto Arlt va a tener sus "Siete Locos" en la vidriera holográfica de una librería del futuro. O de manera inversa, quizá es mejor pensar en el por qué, "La Ilíada" o cualquier obra de Shakespeare sin duda va a estar en esa biblioteca robotizada.

En el barrio terminaron diciendo: "áspero como párrafo de James Joyce". Es claro que esto jamás sucedió ni sucederá, y que cambiando el nombre del autor por otros, igual funcionaría muy bien; pero hubiera sido una buena frase para ir definiendo las dificultades que se nos presentan a la hora de tomar alguno de sus libros con ganas de terminarlo, al menos en el caso de "Ulises" y en el saber, en la previa de la lectura, que es uno de estos libros con los que no deberíamos claudicar.

Y me bastó llegar a menos de la mitad de un libro de un autor argentino, muy famoso, con aires de vanguardia, con película en base a esa novela, que se me cayó de las manos, entre bostezos, al sentir que el muchacho no había tenido tiempo de leer a Joyce (ni al Quijote, ni al Dante) antes de sentarse a contar su historia. Eso no le impidió dar cátedras en varias universidades y programas de televisión, etcétera y la verdad es que hoy no se habla siquiera de su existencia. Me bastó esa lectura interrumpida para entender que seguir leyendo era perder el tiempo: el libro no valía, literariamente, nada.

De todas maneras esto no quiere decir que estamos obligados a leer a los clásicos, pero no me cabe duda que largarse a escribir sin haberlos leído es como ver a un ciego piloteando un bombardero nuclear.

El arte, la literatura, lo que queda de ella a lo largo de la historia, no es intuición pura, no existe fuera de la historia, ni fuera de su propia historia, tampoco fuera de el resto de los textos que nos enredan, y se tocan entre sí, constituyen parte del entramado de la cultura, son la base de todas las culturas, de las formas en las que nos movemos por el mundo y con los otros.

La idea es, más o menos, que no deberíamos permanecer ciegos ante los clásicos, sino, al contrario, dejar que estos nos abran los ojos.