Escribir es, quizá, no-escribir, reescribiendo –borrar (escribiendo por encima) lo que aún no está escrito y que la reescritura no sólo recobra, sino que restaura sosegadamente recobrándolo, obligando a pensar que había algo antes, una primera versión (rodeo) o, peor aún, un texto de orígenes y lanzándonos, así, en el proceso de la ilusión del desciframiento infinito.
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“El secreto siempre atractivo de la vida es que la vida, que para todos
nosotros carece de secretos y que ha revelado todas sus posibilidades, sigue
siendo atractiva. –Debido a su límite mortal. –Debido al límite del que no se
sabe si la vida no sería lo que la muerte tiene por límite. De modo que, al
vivir, conoceríamos el extremo límite del morir, siempre y cuando se atreviese
la vida –los traveses de la vida- de forma ilimitada, de acuerdo con el deseo
mortal. –Sí, eso es. En la vida y por el deseo de vivir, entramos en contacto
con el límite que la muerte trata de romper sin lograrlo. La vida sería el
entredicho de la muerte: ¿Entredicho a la muerte?, salvo en que el entredicho
sería la muerte misma.”
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Libérame del habla demasiado larga.
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Escribir no está destinado a dejar huellas sino a borrar, por medio de las
huellas, todas las huellas; a desaparecer en el espacio fragmentario de la
escritura, más definitivamente de lo que se desaparece en la tumba; o también a
destruir; a destruir de forma invisible, sin el estrépito de la destrucción.
Escribir de acuerdo con lo fragmentario destruye de forma invisible la
superficie y la profundidad, lo real y lo posible, el arriba y el abajo, lo
manifiesto y lo oculto. No hay, entonces, un discurso oculto que un discurso
evidente preservaría, ni siquiera una pluralidad abierta de significaciones a
la espera de la lectura interpretativa. Escribir al nivel del susurro incesante
es exponerse a la decisión de una carencia que no se marca más que con un exceso
sin lugar que resulta imposible situar, imposible distribuir en el espacio de
los pensamientos, de los discursos y de los libros. Responder a dicha exigencia
de escritura no es sólo oponer una carencia a una carencia o jugar con el vacío
a fin de lograr algún efecto privativo, tampoco es sólo mantener o indicar un
espacio en blanco entre dos o más afirmaciones-enunciaciones, ¿pero entonces?
Quizás es, ante todo, conducir un espacio de lenguaje al límite a partir del
cual retorna la irregularidad de otro espacio hablante, no hablante, que lo
borra o lo interrumpe y al que sólo nos podemos aproximar gracias a su
alteridad marcada con el efecto de borrarse.
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Del libro "El paso (no) más allá", Blanchot Maurice, 1994, 1° ed 1973, Trad. Cristina Peretti