La idea
que se me cruzó todo el tiempo al ir leyendo el libro, fue la del goce que debe
haber sentido Bolaño al escribirlo. No sé bien como un lector puede dar cuenta
de esto, no hay manera de precisarlo, es sólo una leve intuición, es el placer
de ir leyendo y a la vez pensando que este libro hubiese sido imposible de escribir
sin ganas de jugar con la literatura, de hacer malabares con las palabras,
triples saltos mortales desternillándose de risa. “La literatura nazi en
América”, sin duda, es uno de esos libros que nos hubiera gustado escribir. Uno
termina de leerlo y vuelve al principio, vuelve a saltear páginas, vuelve
porque es inaceptable creer que haya terminado. Y, como sucede con ciertas
músicas, con ciertos ritmos, uno se queda dentro de la obra, dentro de sus
reglas claras, de su juego incesante. Uno termina el libro y piensa que ese
libro podía seguir escribiéndose: una serie infinita de biografías de autores
inexistentes es posible. Bolaño va escribiendo, con una voz neutra que bien podría tener una
enciclopedia, un manual de escuela secundaria. A modo de clasificación, va
agrupando escritores que de alguna manera se relacionaron con el fascismo. Se
puede pensar que esta característica, Bolaño la relaciona con determinado tipo
de escritura, digamos, de mala escritura. Visto de esta manera, el libro
pareciera ser una especie de ejercicio literario, que luego de inventariar una
serie de escritores ficticios, un catálogo de cómo escribir mal, es rematado
con un texto en primera persona, donde uno de los personajes es Roberto Bolaño,
quien pareciera hacer justica de varias maneras: siendo partícipe, en el
relato, del final de un asesino de la dictadura de Pinochet, y a la vez
escribiendo ese mismo texto, jaqueando una a una todas las ideas antedichas con
respecto a la literatura.
Se puede decir que todo el libro parece apuntar contra la literatura del yo, el
género autobiográfico, de la propia experiencia como literatura válida. Acá se
justifica el nombre perfecto, literal, para la autobiografía llamada “Toda
mi vida” (¿qué otro nombre debería llevar una autobiografía?), utilizado
por uno de los escritores retratados. La justicia llega de la mano de la
primera persona, pero de una manera impecable, girando alrededor de lo que no
se cuenta, de lo que, al contrario en una autobiografía, no hace falta contar.
Quizá Bolaño proponga una de las pautas de la poesía para escribir prosa: el
rodear vertiginosamente los hechos objetivos, el dar a entender, la inutilidad
poética de un hecho en sí (como por ejemplo, las imágenes que muestran las
fotos de Hoffman que nunca veremos, y su final), sino ese rodeo vertiginoso,
esa especie de insinuación de la cosa y no la cosa misma.Enseguida se descubre el lazo que une este libro y la “Historia universal de
la infamia”, de Jorge Luis Borges, donde éste desdibuja e inventa
biografías célebres como “El atroz redentor Lázarus Morel” o “El
incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké”. En el caso de Bolaño, los
personajes inventados son todos escritores prototípicos: la poetiza virginal
que escribe versos a su padre, los que escriben con acrósticos y mensajes
subliminales nazis en sus novelas, los que dedican su vida en refutaciones infinitas,
contra “El Ser y la Nada” de Sartre, contra Voltaire, contra Diderot, la
poeta-abeja-reina al estilo Victoria Ocampo, los poetas desaparecidos bajo
diversas dictaduras militares, el poeta pegajosamente romántico, que reta a
duelo, repetidas veces, a Lezama Lima. Se podría hacer un compendio, también,
de diversas formas de escritura, desde el pastiche y el happeningliterario, a la escritura en el aire, por medio de un avión equipado con tubo
de humo.
Algo habría que agregar sobre la mirada del narrador, en tanto algunos de los
escritores narrados mueren, por ejemplo en el año 2017. Quizá el narrador, o
compilador de la primera parte del libro pareciera estar fuera del tiempo, o en
el futuro. Da la sensación de un narrador omnipresente y neutro, que va
haciéndose, al llegar al final del libro, la propia voz personal de Roberto
Bolaño.
En el “Epílogo para monstruos”, final al modo de coda musical, se vuelve
a la voz neutra, pero poniendo en escena cierta cosa humorística, clima
conveniente despúes del tono trágico y dramático del texto sobre Hoffman. Este
epílogo termina el libro ordenando la serie de libros escritos por estos
escritores. En este monstruoso abecedario de la literatura nazi, se compilan
todos los autores y libros citados en la parte biográfica. Al leerlo, uno se da
cuenta que la literatura de Bolaño juega todo el tiempo con la literatura. Este
epílogo para monstruos aclara, enumerando las obras en orden alfabético, que
todo el libro es un juego. Y que quizá toda la literatura lo sea.
Roberto
Bolaño, "La literatura nazi en América" Seix Barral, Biblioteca
Breve, 1999
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