domingo, 30 de mayo de 2010

Rodolfo Walsh, de la ficción a la realidad (notas sobre Operación Masacre)


Los libros de Rodolfo Walsh suelen dejarme muy triste: aún en sus escritos ficcionales, uno no puede dejar de pensar que el tipo caminaba a paso firme hacia la muerte (1). Y en sus escritos de investigación periodística, la angustia cae por el propio peso del texto: es fácil imaginar a Walsh escribiendo sólo en cuarto con poca luz y con una ferocidad agobiante en los ojos. Sus textos me recuerdan al famoso cuadro de Edvard Munch, "El grito". Esos escritos son como un grito desgarrador y solitario de un hombre en el medio de la hostilidad. Walsh, su vida clara y consecuente, el perceptible salto que pega y que remueve su tranquila vida de ajedrecista, su escritura que bordea el periodismo de investigación con la ficción literaria, escritor que se detiene a escribir hechos que, como un reloj suizo, dependen del más mínimo detalle para que la historia funcione. “Operación Masacre” no sólo es la denuncia de un hecho atroz de la historia política argentina, no es sencillamente un escrito detectivesco que ofrece pruebas rotundas de un fusilamiento, y posterior detención y maltrato de personas inocentes, “Operación Masacre” es uno de los textos periodísticos que podrían considerarse como una obra maestra de la literatura argentina. Libro hecho de un complejo pastiche de textos, historia de la conversión definitiva de un tranquilo escritor de cuentos y ajedrecista, en un militante por la verdad y la justicia, historia de fusilados que viven, de casualidades inéditas, de errores burocráticos y de jueces corruptos, que no hace más que remarcar la conocida frase: la realidad supera a la ficción, y si no lo hace, al menos genera excelentes libros.

Rodolfo Walsh escribe una historia literariamente genial. Pero aclaremos: cómo se comienza a escribir una historia genial:


"La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez, se hablaba mas de Keres o Nimzovitch que de Aramburu y Rojas, y la única maniobra militar que gozaba de algún renombre era el ataque a la bayoneta de Shlechter en la apertura siciliana." (pág. 9)




No creo que haya nada que agregar. A nivel literario, el primer párrafo es invencible. Este párrafo es la aplicación directa de la breve frase de Roberto Arlt que dice que la literatura tiene que ser como un cross a la mandíbula. Para esto vale la pena comparar "primeros párrafos", tarea que dejo al lector que tenga ganas jugar un poco con los libros (2). Esas primeras frases que obligan al lector a seguir leyendo. Pero la historia está comenzando, se nos muestra más bien a un escritor un poco perezoso, un tipo que prefería no escuchar como afuera las balas zumbaban hacia todas direcciones. Pero algo sucede, algo despierta, como una bofetada, al escritor. Como si el primero que recibiera el cross a la mandíbula fuese él, pero viniendo éste de la realidad. Alguien, entre medio de una partida de ajedrez, le cuenta:


"-Hay un fusilado que vive."



Y ya Rodolfo Walsh nunca sería el mismo de antes (y creo que los que garabateamos letras sobre alguna hoja perdida, tampoco). La historia, el fusilamiento de personas una fría noche de junio de 1956 en un baldío de José León Juarez, se va contando de modo periodístico, con breves capítulos donde se especifica la vida y los momentos previos de cada una de las víctimas. Todo el clima se va armando de a poco. Uno sabe que los van fusilar, uno sabe que una de las peores épocas de la historia Argentina se cierne sobre cada uno de los personajes (incluso sobre el escritor mismo), de la misma manera que uno sabe que el terrible ejército griego va a tomar y destruir Troya; como uno sabe, indefectiblemente, que las aventuras del Quijote y Sancho van a terminar mal:


"Esa es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar, y casi ni enterarse.(...) Es que uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito, y piensa que una historia así, con un muerto que habla, se la van a pelear en las redacciones, piensa que está corriendo una carrera contra el tiempo, que en cualquier momento un diario grande va a mandar una docena de reporteros y fotógrafos como en las películas. En cambio se encuentra con un multitudinario esquive de bulto." (pág. 13)



Y acá se puede empezar a pensar la fusión de literatura y verdad, ficción y realidad. Me sorprende la actitud calcada del Quijote en la frase: “(…) uno llega a creer en las novelas policiales que ha leído o escrito (…)”. Increíblemente, la vida de Rodolfo Walsh, tiene un despertar muy parecido al de Alfonso Quijano, quien abandonó su biblioteca para ser caballero a causa de creer, literalmente, en las historias que leía en sus libros. Rodolfo Walsh y Adolfo Quijano, dos tipos que salen del letargo y el encierro para hacer justicia. Aunque Quijano termina (lo cual es una verdadera pena) desdiciéndose, rechazando su condición de caballero andante; a diferencia de Rodolfo Walsh, que siguió actuando hasta el fin de lo único que supo actuar: de él mismo.

La historia no termina en los fusilamientos, la policía a cargo del crimen falla y deja heridos a varios que escapan, con distinta suerte cada uno. El trabajo de reconstrucción de esos momentos tan borrosos es una de las mejores pruebas de que su historia funciona, literariamente, como un reloj suizo. Hasta recobra el dato de uno de los fusilados que se escapa, que al tomar un colectivo, sin rumbo, obtiene un boleto capicúa. Sin duda este sobreviviente tenía la suerte marcada.



(1) Rodolfo Walsh, en el texto que escribió para el número 1 del periódico de la CGT de los Argentinos el 1º de Mayo de 1968, definió con precisión meridiana el rol del intelectual. Afirmó: “El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra.”

(2) Una interesante serie de "primeros párrafos" es comparada y puesta en juego en el libro "Dietario Voluble" del escritor Enrique Vila-Matas

"Operación Masacre", Rodolfo Walsh, Ediciones de la Flor, 19° ed, febrero de 1994.

martes, 18 de mayo de 2010

"Borges", de Adolfo Bioy Casares (I)


1951

Sábado, 22 de septiembre. Come en casa Borges. Me comunica este palíndromo, de su invención: “Sapos, oíd, el rey ayer le dio sopas”.


1952

Jueves, 21 de febrero. Para la Antología Pornográfica, transmitida por Borges; a Borges, por Alejandro Sirio:

La señora de Pérez y sus hijas
comunican al público y al clero
que han abierto un taller de chupar pijas
en la calle Santiago del Estero.


Viernes, 14 de marzo. Según Borges, a veces, cuando están comiendo en casa de Bullrich, la señora Bibiloni, balbuceando vaga y babosamente, con gran debilidad, empieza a decir: “Yo soy tan inteligente, tan genial, que no me pueden comprender, usted sabe…”. Entonces el marido, con voz recia y grave, pregunta: “¿Un durazno Borges? ¿Más uvas?”.


1955

Viernes, 14 de enero. (…) Dabove – o Fernández Latour habla de un gobernador de Martínez de Hoz, que se atrincheró en La Plata contra un posible ataque del gobierno central, el jefe de fuerzas explicaba: “Por aquí no pueden entrar porque tenemos el piquete, por aquí tampoco porque están las ametralladoras; etcétera”. Martínez de Hoz preguntó: “¿Y por esta calle?”. “No –le contestaron-, por esa calle no, porque es contramano.” Borges imagina a un hombre perseguido por un oso que de pronto empieza a gritar, para detenerlo: “¡Contramano! ¡Contramano!”.








"Borges", Adolfo Bioy Casares, edición al cuidado de Daniel Martino, Ediciones Destino, Colección imago mundi, 2006