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sábado, 15 de julio de 2023

Viñas, Bolaño, algunos hilos conductores.

Leyendo a Bolaño, “La Universidad Desconocida”, me quedo en un relato, o un fragmento de un relato, o un especie de poema en prosa, o lo que sea; éste empieza con un tipo que se sube al colectivo equivocado. Tal equívoco me llama más la atención que cualquiera de las otras falsedades (casi escribo fantasías) posibles, o más bien imposibles. Uno ya tiene que participar del engaño de entrada, si no, no puede casi seguir leyendo. Algo del orden de lo verosímil, algo del orden del juego que uno quiere someterse al leer un texto se actualiza en esos primeros párrafos, quizá en la primera oración.

De igual manera David Viñas arranca su gran novela Tartabul: una tremenda arremetida contra un escritor (uno determina más tarde que es Oliverio Girondo), en sus primeras páginas, nos envuelve rápidamente. La novela comienza después de eso.

La Universidad Desconocida” comienza con una breve nota del autor, a modo de poema, que produce un efecto que por mala suerte rodea al escritor: el de su muerte prematura. El poema dice que está escribiendo con su hijo en las rodillas. Automáticamente se piensa en la idea de inmortalidad, de consecución, de todas esas cosas de las que somos falibles, pero también en el efecto dramático que nos causa saber que él sabía que iba a morir mientras escribía con su hijo en sus rodillas. Entramos en el juego. Mientan ché, que para eso estamos. Sigo con “La Universidad Desconocida”, voy leyendo algo que se publicó con el nombre de Amberes, sino me equivoco. Pareciera una novela desguazada, un libro sacado de la biblioteca a los garrotazos, ensartado con ganchos y destripado, si es posible que esto le suceda a un libro. Me gusta, tiene un tono bastante confuso pero me gusta. Las primeras partes no, los fragmentos, los poemas, parecen adolecer de carencias variadas. Uno busca en vano algún verso que los salve, una imagen, algo, pero no.

Sin embargo Tartabul. Alguien lo compara con Joyce (nota de solapa o contratapa quizá). Es comparable, pero no sé para qué. Viñas genera un mundo multiforme, con reglas propias. Es una constante crítica a la literatura (Piglia aparece vilipendiado de refilón). Tiene ritmo, es muy poético. El narrador, los narradores, como sea esto, parecieran reconstruir una historia con un solo estilo muy marcado, plagado de palabras que interrumpen los hilos conductores, que remiten a otra cosa. Lo más parecido a un monólogo interior en castellano quizá.

Tartabul es un libro que uno debería sentarse a copiar páginas enteras, sabiendo que jamás develará su funcionamiento, su estructura de relojería. Copiarlo, a mano, para dejarse llevar por el ritmo de las palabras y las frases y los párrafos.

Viñas, Bolaño, quién sabe: a veces se encuentran hilos que conducen donde no se sabía que se podía entrar.

martes, 16 de diciembre de 2014

Lolita, de Vladimir Nabokov

Como dice el autor en el epílogo, el libro no tiene pretensiones moralizantes. Con esta premisa, creo que una lectura posible de “Lolita”, debería despojarla de aburridas acometidas psicológicas, explicaciones hartas de metáforas, o simbolismos estrambóticos que traten de resumir al autor a través de su obra. De esta manera el epílogo ilumina la idea de que el libro es parte de una gran conversación literaria, que no admite nimiedades tales como la simple repulsión que podamos tener sobre un personaje bastante despreciable que además gusta de las menores de edad.

 

Al contrario de la premisa base que el escritor deja en el epílogo, el prólogo ve en el libro una serie de enseñanzas o de una didáctica posible. La conversación empieza en el metatexto, y no pude hacer otra cosa que ampliar ese universo. Es decir, una vez que terminé la lectura no tuve otra opción que ir a buscar El Quijote y hacer algunas comparaciones, que son, según se dice, odiosas.

 

Nabokov fue un crítico áspero del Caballero de la Triste Figura. En coincidencia con Jorge Luis Borges, el texto de Cervantes nunca le gustó, y en el entredicho, en la comparación con Shakespeare, eligió definitivamente al enorme escritor inglés. Esto quedó plasmado en unas clases que dictó en Harvard, que luego fueron publicadas bajo el nombre de “Curso sobre El Quijote”.

 

Quizá el error consista en la comparación, y así, siguiendo esta idea, se me ocurrió que era casi imposible pensar en “Lolita” por fuera del Quijote.

 

Es que por empezar, el prólogo, firmado por un tal John Ray, un personaje ficticio, doctor en filosofía premiado por su libro llamado “¿Tienen sentido los sentidos?”, ronda sin dudar la ironía y el chiste, de la misma manera que Cervantes en su célebre prologo: “Desocupado lector…”

 

Más allá del chiste, que abundan en el prólogo de Cervantes, la novela en sí, la confesión de Humbert Humbert sobre su ardorosa y prohibida pasión, es tratada como objeto, tanto en el prólogo como en el epílogo. Cervantes juega con la misma idea: destacar, marcar, anticipar la temática del texto, que a la vez pertenece a otro, generando un corrimiento del narrador, un descentramiento de la voz narrativa, una discusión sobre el texto dentro del mismo texto. Este juego de máscaras los relaciona muy particularmente, creando cierto marco de realidad de los hechos, que no hace otra cosa que marcar, que pulsar la ficcionalidad que tiene, según el autor ruso, esta palabra que siempre debería escribirse entre comillas, “la realidad”.

 

Lolita, entonces, como el Quijote, está enmarcada en una discusión metatextual. Dudo que la novela, sin estos ardides de la escritura occidental, hubiera sido tan interesante y efectiva.

 

Por otra parte, el prólogo también anuncia y previene al desocupado lector sobre la idea firme del autor en cuanto su quehacer:

 

“(…) lo ofensivo no suele  ser más que un sinónimo de lo insólito; que una obra de arte es, en esencia, siempre original, por lo cual su naturaleza misma hace que se presente como una sorpresa más o menos escandalosa”

 

 Una breve teoría del arte que tiene asidero también en su antepasado próximo, el Ulises, de James Joyce (en este prólogo se recuerda lateralmente el juicio que sufrió esa novela en EEUU, por la cual no se pudo editar hasta 1933, a causa de una decisión judicial)

 

Alguien se podría encargar de los lazos que unen “Lolita” con “Ulises”, y quizá ésta con El Quijote. No va a ser mi caso, al menos por ahora.

 

Sigamos haciendo comparaciones odiosas y detestables: Mr Humbert tiene tres “salidas”, al igual que El Quijote. Nabokov pasea por una Norteamérica lánguida, con personajes vacíos, en hoteles al paso, que bien pueden parecerse a las posadas pestilentes de la Mancha. Las comparaciones son detestables, pero esas salidas a ningún lugar, escapando hacia adelante, hacen que la comparación sea sencilla. Invirtiendo el orden, Humbert hace su tercer salida sólo, mientras el Caballero de la Triste Figura sale sin Sancho en la primera parte de la novela. No era la idea comparar a la bella Lolita con Sancho Panza, pero se podría pensar sin duda en esa dualidad, sobre todo por algunas características comunes entre estos dos personajes (el mal carácter y la sequedad de palabras, el uso de vocabulario soez y sórdido, etc).  Quizá la comparación sea mejor entre el fino caballero Humbert y el mismísimo Quijote, que tiene la forma de una letra gótica, como dijo alguna vez Michel Foucault. Dos lánguidos señores, adultos, errabundos, soñadores, intelectuales, con “cultura” y mañas.

 

Por otra parte, dejando de lado al Manco de Lepanto, creo ver, en el epílogo de Nabokov, un llamado de atención que posiblemente haya tomado de manera literal Juan José Saer. Escribir “un policial sin diálogos”, parece ser la tarea que se autoimpuso Saer al escribir “La pesquisa”. Quién sabe. Quizá acá entremos en otra polémica, la que Saer dejó plasmada en su libro “Trabajos”, demoliendo violentamente y punto por punto la obra de Nabokov. Quién dice que este turco discutidor no haya escrito “La pesquisa” solo para contrariarlo. El texto de Saer sobre Nabokov se llama maliciosamente “Sobre un pavo real”.

 

También quise ver, en cierta rigurosidad del relato, alguna idea que quizá haya tomado Antonio Di Benedetto en sus libros “Los suicidas” y “El silenciero”. Hasta a Roberto Bolaño, en algunos deslumbramientos del texto, me pareció verlo aparecer, aunque fugazmente.

viernes, 20 de junio de 2014

Notas sobre "El juguete rabioso" de Roberto Arlt

Si se puede hablar de algún canon literario argentino, de obras inevitables, esenciales, Roberto Arlt aparece sin dudarlo entre el cúmulo no muy grande de esos autores posibles. Pero la idea del "canon" tiene sus problemas: no hay nada objetivo que lo constituya. Quizá se puedan medir los efectos históricos que una obra genere, la filiación que provoque en otros escritores, en sus lectores, en la conciencia colectiva. Pero la sola idea de canon se diluye si se la relaciona con el tiempo. ¿En mil años, leeremos a Roberto Arlt? ¿Estará "El juguete rabioso" disponible en las bibliotecas de ese futuro inconcebible? ¿Estará Borges ahí? ¿El Quijote? ¿Homero? Como mínimo, al pensar la fuerza de un autor para hacerse caminos a lo largo de la historia, el tiempo debería ser una consideración que no puede quedar afuera. Quizá los clásicos tengan esa característica esencial: sobrevivir al tiempo. Y claro, ser maravillosos. 

"El juguete rabioso", primer novela de Roberto Arlt, quizá tenga alguna de estas características: a la hora de pensar "lo nacional", sus personajes nos parecen fundamentales para leer las oscuridades de la época, su conformación social, los conflictos que la cruzaron y aún lo hacen. Silvio Astier no es nadie, y lo sabe y lo sufre. Quizá Jean Paul Sartre haya hojeado esta novelita antes de escribir "El Ser y la Nada". 

"Pero esta vida mediocre... Ser olvidado cuando muera, esto sí que es horrible. (...) Sin embargo, algún día moriré, y los trenes seguirán caminando, y la gente irá al teatro como siempre, y yo estaré muerto, bien muerto... muerto para toda la vida"

 

Rasgos de un existencialismo previo a su tiempo, una época quebrada en partes desiguales y sin rumbo, al acecho de otra guerra mundial que no tardaría en llegar. El pibe de barrio, el ratero existencialista, ladrón de libros, la poesía inseparable del hecho de estar vivo:

"Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas"

 

Supongamos que un autor canónico nos deje pistas con las cuales la literatura actual se sustenta: Silvio Astier da su primer golpe robando una biblioteca. Los libros caen en su bolsa, previamente seleccionados a gusto, en un gesto que anticipa de muchas maneras a la búsqueda de los personajes de "Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño:

 

"Busco un poema que no encuentro, el poema de un cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores"


La novela tiene sus falencias, la forma quizá, no sea técnicamente perfecta: posee cuatro capítulos que quizá funcionarían perfectamente como cuentos separados. En el ultimo capítulo se ve al autor tratando de entretejer un poco la cosa, en alguna breve charla con un personaje perdido en el primer capítulo. Nada de esto desmerece una sola de sus páginas. Las descripciones de Buenos Aires, sus personajes, el crisol de razas en pleno hervor, las miserias humanas, exaltadas hasta el paroxismo, conforman algunas de las líneas que iran definiendo toda su obra.

"El juguete rabioso" irradia, en muchos aspectos, el nudo de su problemática al resto de los escritores argentinos. Quizá no pueda pensarse en David Viñas, los hermanos Tuñón, o a Juan Gelman, sin Arlt. Quizá tampoco a Borges, su opuesto en muchos sentidos.

"El juguete rabioso" es la preparación, la base en la que funda su novelística: "Los siete Locos" y "Los lanzallamas" hunden sus raíces en las oscuridades desgarradoras de la época, personificadas en Silvio Astier, quien quizá fue el primero que buscó, mucho antes que Ulises Lima y Arturo Belano, en los desiertos de su época, en las fronteras de lo real, a Cesárea Tinajero.

Supongamos una biblioteca en mil años: yo no sé si Roberto Arlt aparecerá entre los títulos que ahí se exhiban, pero su posible ausencia sería un hecho sin duda lamentable para los lectores del año 3014.