Leyendo a Bolaño, “La Universidad Desconocida”, me quedo en un relato, o un fragmento de un relato, o un especie de poema en prosa, o lo que sea; éste empieza con un tipo que se sube al colectivo equivocado. Tal equívoco me llama más la atención que cualquiera de las otras falsedades (casi escribo fantasías) posibles, o más bien imposibles. Uno ya tiene que participar del engaño de entrada, si no, no puede casi seguir leyendo. Algo del orden de lo verosímil, algo del orden del juego que uno quiere someterse al leer un texto se actualiza en esos primeros párrafos, quizá en la primera oración.
De igual manera David Viñas arranca su gran novela Tartabul: una tremenda arremetida contra un escritor (uno determina más tarde que es Oliverio Girondo), en sus primeras páginas, nos envuelve rápidamente. La novela comienza después de eso.
“La Universidad Desconocida” comienza con una breve nota del autor, a modo de poema, que produce un efecto que por mala suerte rodea al escritor: el de su muerte prematura. El poema dice que está escribiendo con su hijo en las rodillas. Automáticamente se piensa en la idea de inmortalidad, de consecución, de todas esas cosas de las que somos falibles, pero también en el efecto dramático que nos causa saber que él sabía que iba a morir mientras escribía con su hijo en sus rodillas. Entramos en el juego. Mientan ché, que para eso estamos. Sigo con “La Universidad Desconocida”, voy leyendo algo que se publicó con el nombre de Amberes, sino me equivoco. Pareciera una novela desguazada, un libro sacado de la biblioteca a los garrotazos, ensartado con ganchos y destripado, si es posible que esto le suceda a un libro. Me gusta, tiene un tono bastante confuso pero me gusta. Las primeras partes no, los fragmentos, los poemas, parecen adolecer de carencias variadas. Uno busca en vano algún verso que los salve, una imagen, algo, pero no.
Sin embargo Tartabul. Alguien lo compara con Joyce (nota de solapa o contratapa quizá). Es comparable, pero no sé para qué. Viñas genera un mundo multiforme, con reglas propias. Es una constante crítica a la literatura (Piglia aparece vilipendiado de refilón). Tiene ritmo, es muy poético. El narrador, los narradores, como sea esto, parecieran reconstruir una historia con un solo estilo muy marcado, plagado de palabras que interrumpen los hilos conductores, que remiten a otra cosa. Lo más parecido a un monólogo interior en castellano quizá.
Tartabul es un libro que uno debería sentarse a copiar páginas enteras, sabiendo que jamás develará su funcionamiento, su estructura de relojería. Copiarlo, a mano, para dejarse llevar por el ritmo de las palabras y las frases y los párrafos.
Viñas, Bolaño, quién sabe: a veces se encuentran hilos que conducen donde no se sabía que se podía entrar.
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