Pienso en la enorme importancia que tiene el Quijote de Avellaneda para el Quijote de Cervantes. Si ese plagiador anónimo no hubiera existido, quién sabe dónde habría terminado nuestra querida novela. El de Avellaneda hace que Cervantes se ponga a escribir la segunda parte. Esto es fundamental para que la novela termine siendo lo que es: el mojón que indica dónde empieza la novela moderna.
Si la copia no hubiera existido quizá El Quijote se habría quedado solo con las primeras dos salidas. A mi entender, no es lo mejor del libro. Lo más interesante empieza a pasar cuando a Don Quijote lo empiezan a reconocer en los caminos de la mancha porque, escuchen bien: habían leído la primera parte del libro. La cosa se desdobla: los personajes de la segunda parte han leído sobre el Quijote. Nadie se pregunta sobre ese salto de la ficción a la realidad. Nadie dice: hostias, yo leí sobre él y ahora lo tengo acá mismo. Como en esa película de Woody Allen donde los personajes salen de la pantalla del cine y empiezan a vivir en la cruda realidad de los espectadores. Y luego no sólo se pone en vilo la realidad, sino la idea de la locura. En algún momento, ya no creemos que el que está loco sea el Quijote, sino el resto del mundo.
Cervantes, quizá sin pretenderlo, a causa de Don Avellaneda, se pone a hablar en su libro sobre el libro que escribió. Los personajes lo reconocen como condición única de defenestrar al plagiador, lo que genera este pase de la ficción a la realidad.
Sin Avellaneda, nuestro Quijote se hubiera quedado posiblemente en una zaga sin mayores relieves, el Quijote y Sancho deambularían por los caminos, los mantearían en Zaragoza y no en Barcelona, nos reiríamos de ellos, y en algún momento la cosa terminaría, quizá sin la muerte del Quijote. Da la sensación que la única condición por la que el Quijote es muerto, es para que nadie más pueda continuar sus historias sin pedir permiso. Al punto que en el encuentro de Alvaro Tarfe, personaje del Quijote falso, con el Quijote, éste le hace firmar básicamente un contrato legal donde rechaza que el texto de Avellaneda sea real. Aunque Alvaro vivió aventuras con el Quijote y el Sancho falso. Hay en ese breve encuentro un punto nodal para estas reflexiones.
Ahí, el punto de lo interpretable, y de que algo accidental o caprichoso genere líneas que el autor seguramente no pudo prever. La novela de pronto nos deja atónitos, haciendo entrar literalmente la ficción en la realidad, al punto que pone en duda cuál es la realidad misma. Pareciera que el germen del cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Borges, se encuentra en esta idea.
La belleza de la idea en la cual la ficción toma por asalto la realidad parece encajar perfectamente con toda utopía. Que en Cervantes, se haya dado por ese hecho casi accidental (el plagio de Avellaneda), parece un milagro cuyas consecuencias cambiaron efectivamente la historia de la literatura universal.
Se me ocurre ahora la posibilidad de que el mismísimo Cervantes se haya puesto a escribir el Quijote de falso, solamente para tener la excusa perfecta con la que retomar las aventuras del verdadero Quijote. Así como en algún momento inventa a Sancho, para tener con quien dialogar, también inventó el Quijote de Avellaneda, para que él mismo pueda también, tener material para continuar su libro. Un buen cuento haría bien en atribuir todo esto a un verdadero Cide Hamete Benengeli, o quizá al verdadero Alonso Quijano.
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