Este libro parece un gran juego sobre la interpretación, la literatura, la locura. La idea que poesía, narrativa, y metanarrativa funcionen en un solo libro hace que su lectura sea tan delirante como el personaje principal del libro: Charles Kinbote, el crítico literario, quien arma el texto con sus interpretaciones sobre un poema de mil versos del escritor John Shade.
Hay un prólogo, un poema llamado “Pálido fuego”, las notas sobre el poema, los borradores del poema, profusos juegos de palabras, lenguas inventadas, críticas literarias, y además un índice onomástico. El manejo de las formas al servicio del delirio narrativo.
Y además el problema de leer esta novela. Supongo que hay más de una manera de hacerlo, pero en principio se puede leer como con cualquier libro, y aun así, la cosa no es nada sencilla, teniendo en cuenta lo siguiente: todo el tiempo el autor nos envía a otras páginas mediante notas. Acá llegan algunos problemas, y es que si uno sigue fielmente esas notas, estas derivaciones, empieza a navegar sin rumbo por todo el libro, yendo y viniendo a cada paso.
Quizá se pueda pensar Pálido fuego a modo de un puzle. A los pocos renglones de iniciarse el prólogo, ya nos envía a una nota sobre uno de los versos del poema, que aún no hemos leído. En esta nota nos envía a dos notas distintas sobre el poema. Y así. La lectura se bifurca, recorre caminos diversos, y aun así la historia se va armando, increíblemente va tomando forma.
Creo que algo de la idea del autor va
por este lado: incomodar al lector. La dinámica de ir y venir por el libro es
realmente agotadora. Sobre todo porque este ir y venir no siempre
satisface o completa lo que estamos leyendo. Incluso algunas de estas entradas
parecieran estar hechas para despistarnos.
Este movimiento convulsivo por las páginas del libro nos termina hablando de la locura absoluta de Charles Kinbote, quien va filtrando su propia historia, además de sus casi delirantes interpretaciones, adentro del texto.
Saltar de página en página nos hace pensar en Rayuela. Quizá algo de influencia hubo, aunque nunca leí al escritor argentino referirse a Nabokov ni a éste libro. Vale decir que mientras Aurora Bernárdez traducía el libro, era pareja de un Julio Cortázar que aún no había escrito su novela más conocida.
La lectura como problema, pero sobre todo la interpretación, sus problemas, creo, es el tema que recorre todo el libro. Nabokov toca un borde peligroso: cuán lejos o cerca de la realidad está alguien que interpreta un poema, aún un solo verso de un poema. ¿Dónde están realmente los límites entre la realidad y el delirio? Quizá ese borde es el que separa la razón de la locura.
Para hacer más denso éste límite, Kinbote invita a las múltiples interpretaciones, dando lugar a Shakespeare y a Proust, a el anticomunismo explícito de Nabokov, la homosexualidad, el asesinato, el humor, el espionaje, lo paranormal, un país con un idioma y una estirpe de reyes absolutamente ficticios.
Vale la pena, sí, entrar en este universo. Habrá que ver cómo se sale.
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