martes, 21 de febrero de 2012

Juan Gelman, "Bajo la lluvia ajena (notas de una derrota)"


III

Yo no me voy a avergonzar de mis tristezas, de mis nostalgias. Extraño la callecita donde mataron a mi perro, y yo lloré junto a su muerte, y estoy pegado al empedrado con sangre donde mi perro se murió, existo todavía a partir de eso, existo de eso, soy eso, a nadie pediré permiso para tener nostalgia de eso.

¿Acaso soy otra cosa? Vinieron dictaduras militares, gobiernos civiles y nuevas dictaduras militares, me quitaron los libros, el pan, el hijo, desesperaron a mi madre, me echaron del país, asesinaron a mis hermanitos, a mis compañeros los torturaron, deshicieron, los rompieron. Ninguno me sacó de la calle donde estoy llorando al lado de mi perro. ¿Qué dictadura militar podría hacerlo? ¿Y qué militar hijo de puta me sacará del gran amor de esos crepúsculos de mayo, donde la ave del ser se balancea ante la noche?

No era perfecto mi país antes del golpe militar. Pero era mi estar, las veces que temblé contra los muros del amor, las veces que fui niño, perro, hombre, las veces que quise, me quisieron. Ningún general le va a sacar nada de eso al país, a la tierrita que regué con amor, poco o mucho, tierra que extraño y que me extraña, tierra que nada militar podrá enturbiarme o enturbiar.

Es justo que la extrañe. Porque siempre nos quisimos así: ella pidiendo más de mí, yo de ella, dolidos ambos del dolor que el uno al otro hacía, y fuertes del amor que nos tenemos.

Te amo, patria, y me amás. En ese amor quemamos imperfecciones, vidas.


De “Bajo la lluvia ajena (notas de una derrota)”
Roma, mayo de 1980.

Interrupciones

Sin duda este espacio se ha vuelto pura interrupción, pura irrupción, quiebre, salto, desfasaje, fragmento. Por esas cosas de la memoria me vengo a acordar que esa era una idea perdida que de alguna manera tenía que entroncarse con la publicación de los textos, de mis textos. Yo tampoco quiero tener sangre de estatua, como bien dijo Girondo, pero alguna vez tuve la ocurrencia de dejar textos míos en canastos de bicicletas, cabinas de teléfono, entrada de correo de las puertas de las casas del barrio. Trabajo de veras vertiginoso para un poeta, quien en su vida, por lo general apartada de los riesgos de estar vivo, de estar por las calles respirando el aire viciado de los colectivos humeantes de la calle San Martín, ha salido a realizar el duro y hasta penoso trabajo de promocionar sus textos, a pesar de no firmar ni uno de ellos. Mi idea de adrenalina es verdaderamente muy pobre, pero ésta surtía de a chorros a mi cerebro por la posibilidad de ser encontrado in fragantti por algún azorado ciclista que me viera dejar un papelito doblado en su canasto, oh, violando la propiedad privada, oh, violando poéticamente la propiedad privada ante el señor que ve invadida su casilla de correos con un poema al mar o a la nostalgia de estar vivo y ver como el tiempo se va a la mismísima mierda sin mayores explicaciones.
Será por ese temor al ser descubierto que dejé el trabajo de "editor" para otras personas, que sin duda tendrán una vida de película.