martes, 16 de diciembre de 2014

Lolita, de Vladimir Nabokov

Como dice el autor en el epílogo, el libro no tiene pretensiones moralizantes. Con esta premisa, creo que una lectura posible de “Lolita”, debería despojarla de aburridas acometidas psicológicas, explicaciones hartas de metáforas, o simbolismos estrambóticos que traten de resumir al autor a través de su obra. De esta manera el epílogo ilumina la idea de que el libro es parte de una gran conversación literaria, que no admite nimiedades tales como la simple repulsión que podamos tener sobre un personaje bastante despreciable que además gusta de las menores de edad.

 

Al contrario de la premisa base que el escritor deja en el epílogo, el prólogo ve en el libro una serie de enseñanzas o de una didáctica posible. La conversación empieza en el metatexto, y no pude hacer otra cosa que ampliar ese universo. Es decir, una vez que terminé la lectura no tuve otra opción que ir a buscar El Quijote y hacer algunas comparaciones, que son, según se dice, odiosas.

 

Nabokov fue un crítico áspero del Caballero de la Triste Figura. En coincidencia con Jorge Luis Borges, el texto de Cervantes nunca le gustó, y en el entredicho, en la comparación con Shakespeare, eligió definitivamente al enorme escritor inglés. Esto quedó plasmado en unas clases que dictó en Harvard, que luego fueron publicadas bajo el nombre de “Curso sobre El Quijote”.

 

Quizá el error consista en la comparación, y así, siguiendo esta idea, se me ocurrió que era casi imposible pensar en “Lolita” por fuera del Quijote.

 

Es que por empezar, el prólogo, firmado por un tal John Ray, un personaje ficticio, doctor en filosofía premiado por su libro llamado “¿Tienen sentido los sentidos?”, ronda sin dudar la ironía y el chiste, de la misma manera que Cervantes en su célebre prologo: “Desocupado lector…”

 

Más allá del chiste, que abundan en el prólogo de Cervantes, la novela en sí, la confesión de Humbert Humbert sobre su ardorosa y prohibida pasión, es tratada como objeto, tanto en el prólogo como en el epílogo. Cervantes juega con la misma idea: destacar, marcar, anticipar la temática del texto, que a la vez pertenece a otro, generando un corrimiento del narrador, un descentramiento de la voz narrativa, una discusión sobre el texto dentro del mismo texto. Este juego de máscaras los relaciona muy particularmente, creando cierto marco de realidad de los hechos, que no hace otra cosa que marcar, que pulsar la ficcionalidad que tiene, según el autor ruso, esta palabra que siempre debería escribirse entre comillas, “la realidad”.

 

Lolita, entonces, como el Quijote, está enmarcada en una discusión metatextual. Dudo que la novela, sin estos ardides de la escritura occidental, hubiera sido tan interesante y efectiva.

 

Por otra parte, el prólogo también anuncia y previene al desocupado lector sobre la idea firme del autor en cuanto su quehacer:

 

“(…) lo ofensivo no suele  ser más que un sinónimo de lo insólito; que una obra de arte es, en esencia, siempre original, por lo cual su naturaleza misma hace que se presente como una sorpresa más o menos escandalosa”

 

 Una breve teoría del arte que tiene asidero también en su antepasado próximo, el Ulises, de James Joyce (en este prólogo se recuerda lateralmente el juicio que sufrió esa novela en EEUU, por la cual no se pudo editar hasta 1933, a causa de una decisión judicial)

 

Alguien se podría encargar de los lazos que unen “Lolita” con “Ulises”, y quizá ésta con El Quijote. No va a ser mi caso, al menos por ahora.

 

Sigamos haciendo comparaciones odiosas y detestables: Mr Humbert tiene tres “salidas”, al igual que El Quijote. Nabokov pasea por una Norteamérica lánguida, con personajes vacíos, en hoteles al paso, que bien pueden parecerse a las posadas pestilentes de la Mancha. Las comparaciones son detestables, pero esas salidas a ningún lugar, escapando hacia adelante, hacen que la comparación sea sencilla. Invirtiendo el orden, Humbert hace su tercer salida sólo, mientras el Caballero de la Triste Figura sale sin Sancho en la primera parte de la novela. No era la idea comparar a la bella Lolita con Sancho Panza, pero se podría pensar sin duda en esa dualidad, sobre todo por algunas características comunes entre estos dos personajes (el mal carácter y la sequedad de palabras, el uso de vocabulario soez y sórdido, etc).  Quizá la comparación sea mejor entre el fino caballero Humbert y el mismísimo Quijote, que tiene la forma de una letra gótica, como dijo alguna vez Michel Foucault. Dos lánguidos señores, adultos, errabundos, soñadores, intelectuales, con “cultura” y mañas.

 

Por otra parte, dejando de lado al Manco de Lepanto, creo ver, en el epílogo de Nabokov, un llamado de atención que posiblemente haya tomado de manera literal Juan José Saer. Escribir “un policial sin diálogos”, parece ser la tarea que se autoimpuso Saer al escribir “La pesquisa”. Quién sabe. Quizá acá entremos en otra polémica, la que Saer dejó plasmada en su libro “Trabajos”, demoliendo violentamente y punto por punto la obra de Nabokov. Quién dice que este turco discutidor no haya escrito “La pesquisa” solo para contrariarlo. El texto de Saer sobre Nabokov se llama maliciosamente “Sobre un pavo real”.

 

También quise ver, en cierta rigurosidad del relato, alguna idea que quizá haya tomado Antonio Di Benedetto en sus libros “Los suicidas” y “El silenciero”. Hasta a Roberto Bolaño, en algunos deslumbramientos del texto, me pareció verlo aparecer, aunque fugazmente.

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