miércoles, 1 de mayo de 2013

De la verdadera transparencia de los vidrios (I)

En general esto debería tratar de ser algunos escritos sobre la nada, por ejemplo, del café amontonado en un costado del colador, esa lámina opaca de polvo constante sobre el piso de la casa, o los chiqueros de un cenicero vaciado en un plato de fideos.
 

Una nena en una calesita, silenciosa, bajo un sol neutro de las once de la mañana, miraba las hojas secas arremolinadas en el piso. Su nariz sangraba.

 

La chica de la estación de servicio tiene cara de que un novio inaudito e inhóspito le ha clavado un puñal envenenado con resentimiento del más puro.

 

Pasa una nube con forma de qué. Lo único que sé es que eso no se repetirá, nunca. Y el viento mueve arrítmicamente los palos secos que cuelgan de los árboles. Sé también que esos movimientos son únicos, y siempre distintos. Parece que Heráclito tiene razón en todo, pero me pregunto si eso lo hacía feliz.

Los vidrios de la casa se ensucian solos, sin pedir permiso. No hay caso, los lavo, los seco, y ahí están de nuevo las manchas. Esto me hace dudar de la verdadera transparencia de los vidrios.

 

Otoño de 2008

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