lunes, 5 de diciembre de 2011

Interrupciones (II)

No es raro que empiece a tener estos espacios de interrupción, ya que no hay lugar posible en este mundo que no sea fragmentado por algo, alguien, álguienes. Cultura zapping, inmediatez, o sencillamente imbecilidad de la vida pos-posmoderna (ya no sé cómo nos clasifican los sociólogos), esto, parece, es estar acá, en este instante, vivo.

El problema es que hasta los espacios que parecían libres de esto ya no existen como tales: nos queda una vaga idea de lo que era leer un libro, o escribir algo, sin que nadie nos escriba un mensaje al teléfono, largue un twitter, toque el timbre o sencillamente aparezca en la cabeza de uno sin llamar.

La interrupción gobierna, y esto es un poco nadar en el caos. Dirán que apagando el teléfono las cosas se solucionarían pero no es así. Hay días en que la sociedad se lo lleva puesto a uno sin más nada que hacer.

Pero esto no es una queja, sino la posible introducción a un grave problema de lectura que, según veo, se va agravando lenta pero indiscutiblemente, y acá paso a contarlo: soy un lector voraz, siempre leí de a dos o tres libros a la vez, y sobre todo literatura. En los últimos, digamos, dos años, esta polaridad en las lecturas (por llamarlo de alguna manera) se fue ampliando, hasta llegar una cantidad casi imposible de libros a la vez.

El problema es que de esas lecturas más que caóticas (que hoy van desde la biografía de José de San Martín de Norberto Galasso hasta "La vida: instrucciones de uso" de George Pèrec, pasando por los discursos del ex presidente Héctor Cámpora, los poemas de "El velorio del solo" de Gelman, "Peronismo y socialismo" de Juan José Hernández Arregui, "De lenguaje y literatura" de Michel Foucault, "Caterva" de Juan Filloy, y quizá por último un rejunte de textos de Roland Barthes, llamados "El susurro del Lenguaje", bellísimos) va quedando una especie de mezcla infinita que no hace sino sumar más caos al caos antes expuesto.

Aunque me pregunto que será lo que queda de todo esto, o, sí, al igual que antes, lo que "quede" es lo de menos, y lo placentero sea sencillamente estar haciéndolo sin mayores motivos. Por ahí anda la cosa: leer sin motivos, escribir, sin motivos ni finalidades, va siendo cada vez más, como un ejercicio de la incomodidad, digamos, o un ejercicio para salir de ella. Ejercer la incomodidad es, sin duda, sentirse movilizado, andar buscando algo que nunca se sabe qué es, pero se sabe que se lo busca.
Y ahora que miro alrededor del escritorio (que en realidad es una mesa de usos múltiples) veo que también estoy leyendo una hermosa biografía sobre Mario Roberto Santucho, de María Seoane.

Y eso que no comento lo grato que me es hojear despacio libros y revistas al azar ¿será posible que la lectura sea un ejercicio infinito, sin finalidades más que la del placer, antes que la de la obtención de algún conocimiento o alguna otra cosa?

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